3.1 - CAMINO 2006
PRINCIPIO DE UNA TRILOGÍA
El año anterior, mientras volvía de Santiago a casa, empezó a germinar en mi la idea de una trilogía, Mi Trilogía. Dado que, por ahora, me es imposible hacer el Camino de una “tacada” y que esa posibilidad está reservada para cuando pueda hacerlo desde la puerta de mi casa (léase en la época Inserso, o “pre-idem”) me puse a barajar la posibilidad de hacer el Camino Francés, desde Saint Jean de Pied de Port, en tres años ya que tengo permiso conyugal para reservar dos semanas al año para ir al Camino.
8-09-2006 SABADELL
Y héteme aquí, por tercer año consecutivo, empezando mi camino dirigiéndome hacia la cita con el tren Estrella en la estación de Sants usando Cercanías de RENFE aunque esta vez Laura me acompaña en lugar de despedirse de mí en Sabadell.
Foto de rigor y me subo al tren después de despedirme de mi esposa. Una vez que he dejado el equipaje, empiezo la larga excursión hasta la cafetería ya que el tren va con vagones para cuatro destinos finales distintos (Salamanca, Gijón, Bilbao y Hendaya) y el resultado es una composición de 15 unidades y el mío está casi en la cola. A las 22 y 4, casi puntual, arranca el “estrellado” mientras aún ando a la busca de la cafetería. A poco de llegar, y mientras hago cola para comprar la bebida, el bar se llena hasta parecer el camarote de los hermanos Marx (demasiados pasajeros para tan poco local)
Me zampo los bocadillos que Laura me ha preparado y, para dejar sitio a otros, paso de café y me vuelvo al camarote. Cuando llego ya he hecho la digestión por lo que me subo a la litera y me pongo a esperar a Morfeo.
9-9-2006 HENDAYA – BAYONA – SJPP
Como siempre que viajo en tren, duermo por etapas y cuando a las seis y media voy en busca de la cafetería, me entero de que no hay. En Castejón de Ebro el tren se ha dividido y la composición que llega hasta Hendaya no tiene vagón bar por lo que no hay dosis de cafeína ni sitio donde sentarse a ver el paisaje ya que en el compartimento de literas aún hay pasajeros durmiendo.
Poco antes de llegar a Donosti ya solo quedamos dos pasajeros por lo que, de mutuo acuerdo, decidimos cerrar las literas para poder ir sentados. El otro ocupante va hasta Irún para allí empezar la ruta transpirenaica ( de Irún a Portbou) para lo que lleva un enorme mochilón que pesa +/- 20 kilos. Parece mucho peso para andar pero lo cierto es que la ruta que va a hacer no tiene casi ningún servicio por lo que debe llevar tienda, fogón, cacharros, etc. Cuando carga la mochila para bajar me da la impresión de que andará poco pero eso es algo que no me incumbe. Cuando el acortado tren cruza el puente internacional sobre la desembocadura del río Bidasoa ya puedo contemplar Hendaya a cuya estación llegamos cuando son las 8 y veinte (casi puntuales, sólo 5 minutos de retraso) de una mañana soleada.
Con mi estómago rugiendo, voy a comprar el billete para el TGV hasta Bayona y el TER hasta SJPP. Con los deberes hechos me voy al bar de la estación para tomar un desayuno comme il faut. Después del atraco (que no atracón ya que me clavan 4,20 euros por un café con leche y dos magdalenas industriales) me doy una vuelta por los alrededores para hacer unas fotos y vuelvo a la gare para tomar el sol mientras espero el TGV.
No soy el único mochilero ya que hay una pareja con la que entablo conversación. Son Alfonso y Luz y, sí, van hacia SJPP para empezar el Camino nada más llegar. Les comento que a la hora que llegarán será demasiado tarde para empezar la etapa hasta Roncesvalles ya que el tren llega a SJPP sobre la una y media y si salen a esa hora se les hará de noche antes de llegar a Lepoeder. Ante este argumento deciden cambiar sus planes y dormir hoy en SJPP.
A la hora prevista llega el TGV que nos llevará hasta Bayona. Subo al tren y cuando arranca ya voy rodeado de nativos por lo que empiezo a oír la lengua de Molière a mi alrededor y la sensación de estar fuera de tu país se hace palpable (hasta este momento no era demasiado evidente). Al cabo de dos paradas el tren ya va lleno y yo aprovecho el ruido de charla para desconectar y disfrutar del verde y blanco paisaje del país vasco-francés.
Llegamos a Bayona poco antes de las diez y media y puesto que hasta las 12 no sale el tren que nos llevará a Saint Jean de Pied de Port, la pareja me pregunta si les puedo ayudar a buscar una sandalias para ella (han visto que chapurreo el francés y desean que les haga de intérprete) por lo que nos vamos hacia el centro de la villa. Cruzamos el puente sobre el río Adur y mientras vamos a la busca de las sandalias para Luz, hacemos un poco de turismo: La Catedral, el mercado, el casco antiguo. Cuando ya estamos a punto de tener que irnos sin poder comprar, encontramos mas o menos lo que andábamos buscando y regresamos a la gare justo a tiempo de recoger las mochilas y subir al “moderno” tren de SJPP.
Nada más subirnos al “trenecillo” nos vemos inmersos en el ambiente peregrino ya que todo el personal que va en el tren somos mochileros con la intención de iniciar el Camino. Oímos conversaciones en francés, inglés, italiano y español ya que mientras los dos vagones salen de la estación y se dirigen hacia el sur cruzando por encima del río Aduy la gente va entablando conversaciones. Parecemos colegiales de excursión y como tal nos comportamos: Canciones, gritos, chistes, etc.
A poco de salir de la ciudad la línea férrea se encuentra con el cauce del río Nive que será nuestro compañero hasta llegar a Saint Jean. Esto nos permite contemplar bellos parajes, piragüistas de aguas bravas, bañistas que nos dan envidia y colores verdes increíbles durante la hora y cuarto que dura el viaje.
Llegamos a SJPP a la una y veinte y vamos en busca de la oficina de acogida al peregrino para que mis compañeros puedan obtener las credenciales y albergue para esta noche. Yo me dirijo al Esperit du Chemin donde tenía reserva pero al llegar me encuentro con la sorpresa de que Arno no ha recibido mi mail de confirmación y el albergue está lleno. Me ofrecen una cama de hospitalero pero les comento que ya que he venido desde España con más gente voy a ir a alojarme con ellos en el otro albergue.
Dicho y hecho. Voy con Alfonso y Luz al Albergue Municipal (7 € con desayuno) y después de la primera rutina “caminil” nos vamos los tres a dar un garbeo por la medieval villa. No hemos comido y a esta hora no hay restaurantes abiertos por lo que nos decantamos por una vinería que ofrece tapas de jamón y queso al aire libre. Con la barriga calmada iniciamos un tour que incluye la subida y circunvalación a la Ciudadela (donde Alfonso aprovecha un descanso para “tunear” las sandalias a Luz), la iglesia, la puerta y el puente de Notre-Dame, la puerta de Francia y parte de las murallas.
Después de un tiempo para la siesta (gran deporte dónde los haya) nos volvemos a encontrar para salir a buscar un sitio para cenar. Después de un par de vueltas, nos decidimos por un bar con terraza al aire libre. Para no hacer una cena pesada, nos pedimos una pizza, una ensalada y un plato de espaguetis que compartimos. Lo acompañamos con sendas cervezas y una amena charla. Mis compañeros están cansados por lo que después de un café, volvemos al albergue. Son las ocho y media y no tengo sueño. Además me tiene mosca lo de la reserva no recibida y temo que pase lo mismo con el refugio de Orisson.
Intento llamar y no consigo hablar con ellos. Le comento mis temores a la señora que cuida el albergue y me dice que vaya a al oficina de Accueil (acogida) que ellos me pueden ayudar. Son las nueve y para allá que voy. Me atiende la misma señora que me ha sellado y, después de explicarle mi problema (medio en francés, medio en español), llama al Refuge y allí le confirman que tienen mi reserva. Ya tranquilo, vuelvo al albergue y a las diez ya estoy acostado. Hasta mañana.
10-9-2006 SJPP – REFUGE D’ORISSON
). Yo quería empezar tarde pero ya no puedo dormir más, por lo que recojo los bártulos y me voy a desayunar. La Asociación ofrece un petit dejuner sencillo pero suficiente: Café con leche, pan, mantequilla y mermelada. Con el depósito lleno, espero a que se haga de día (o al menos que empiece a clarear) y a las 7,15 salgo del albergue y me dirijo hacia la calle de España, bajando toda la Rue de Citadelle, cruzando la puerta y el puente de Notre-Dame y después de cruzar la Puerta de España, empiezo la ascensión hacia Untto.
Realmente es cierto que el camino de SJPP a Roncesvalles sube, sube, sube, sube y sube más. Para un sedentario como yo es algo duro, pero como dijo alguien “si el hambre se quita comiendo” el camino se hace andando y en hora y media llego a Untto y me tomo una pausa (con coca-cola) en la granja Iturbia. Treinta minutos después me re-armo y vuelvo al camino. Lo cierto es que la subida se las trae y si los bicigrinos tienen que poner pié a tierra yo me veo obligado a hacer pausas continuas para recuperar el aliento. Aprovecho las pausas para ir contemplando la vista del valle del río Nive ya que conforme voy ganando altura la vista es magnífica y el clima ayuda con un día soleado.
En la mesa de orientación aprovecho para beber agua (fresca y abundante) y seguir contemplando embelesado el paisaje. No tengo prisa ya que hoy sólo andaré 9 kilómetros por lo que me concedo una buena pausa para dejar que el corazón vuelva a ocupar su sitio bajándose de la zona traqueal.
Cuando reemprendo la marcha me cuesta horrores coger un buen ritmo de andar por lo que más parezco un caracol que un andarín. Además el sol da de lo lindo y la sombra escasea por lo que en cuanto llego a un grupo de árboles situados antes de un recodo de la carretera que ando pisando me echo en la hierba a pesar de que sólo he andado media hora desde la mesa de orientación. Creo que estoy cerca del Refuge d’Orisson pero necesito una pausa (otra) y me la tomo.
Cuando creo que he recuperado cierta normalidad cardio-respiratoria, cargo la mochilla y prosigo la ruta. Nada más pasar el recodo, la pista de asfalto inicia un descenso que no esperaba ya que creía que todo el camino subía o llaneaba hasta el col de Lepoeder. Este tramo de bajada me permite andar más cómodamente aunque me hace temer que me esperan más subidas y en esos temores andaba cuando, nada más salir de una curva, veo el Refuge d’Orisson y su hermosa terraza.
Son las once y llego hecho polvo con sólo haber andado 9 escasos kilómetros. Mal augurio parece para este inicio de camino pero mañana será otro día. Hoy y ahora lo que toca es darse un buen homenaje y mientras espero que abran el refugio me pido una cerveza, fresca y milagrosa a la vez, y me tomo un tiempo para la escritura. La limpieza les ha tomado más tiempo de lo previsto y esperando han caído dos jarras más pero al final he podido ducharme, hacer la colada e instalarme.
Con los deberes hechos, me he zampado un bocadillo de jamón, sentado en el mirador y contemplando las evoluciones de tres águilas (creo) sobre el valle que yace a los pies del albergue. Cuando el nivel de insolación ha llegado al límite se impone un tiempo de descanso en forma de siesta (un auténtico placer epicúreo) Con el cuerpo relajado me dedico a gastar el tiempo que falta para la cena en varias actividades inhabituales en mi vida “normal”: Escribir, contemplar el paisaje, hablar en francés e inglés con gente de Canadá, pensar en todo ... y en nada. En definitiva, cultivar el espíritu.
Curiosamente, aquí y ahora, en medio del Pirineo francés y a 750 metros de altitud me siento agradablemente solo, rodeado de gente que no habla mi idioma, hecho que me permite abstraerme de lo que no me interesa y disfrutar de todo “mi” tiempo de una forma que no puedo hacer en casa. Creo que esta es una de las varias razones que causan la adicción al Camino, por otros llamada “jacobeína”.
A las seis y media nos llaman a rancho (es un decir) 22 individuos, 7 nacionalidades, comida abundante y muchas ganas de pasarlo bien. Es un cóctel que sumado a las muchas botellas de vino hace que acabemos cantando canciones de tasca quebecoises como posesos.
A las nueve y después de haber tomado el fresco viendo el espectáculo celeste, casi nunca visto por un urbanita como yo, me voy a dormir la mona. Mañana más.
11-9-2006 REFUGE D’ORISSON – RONCESVALLES
Ha sido una noche ventosa. Al acostarse ha habido alguno de mis compañeros de cuarto que ha dejado la puerta del cuarto y la ventana abiertas y la corriente de aire se ha visto incrementada por el mucho viento que ha estado soplando toda la noche, pero a las siete, cuando bajamos a desayunar el día apunta que será bueno ya que no sopla viento y el cielo es de un azul brillante.
Desayuno completo, tipo “buffet”. A las 7,40, con la luz del día, empieza la segunda etapa, como no, con una fuerte subida. El viento vuelve a hacer acto de presencia y para mí es perfecto ya que me permite andar bien y sin sudar. Poco a poco el camino va ganando altitud y perdiendo bosque ya que la cinta de asfalto discurre entre campos de pastoreo.
Al llegar a la altura de la Virgen de Orisson la fuerza del viento ya es tal que casi me tumba. Si tenemos en cuenta que peso 100 Kg y la mochila 9 Kg os dará una idea de cómo sopla Eolo. Después de la foto de rigor sigo avanzando hacia el col de Leizar-Atheka, adonde llego después de abandonar el asfalto a la altura de la cruz de piedra. En pocos minutos llego al col de Bentartea y la Fuente de Roldán. Pausa antes de entrar en Navarra. Tiempo para refrescar el cuerpo y, sobre todo, los pies.
En la pausa coincido con algunos de los compañeros de cena y proseguimos con las charlas que en el desayuno hemos iniciado. Como siempre pasa en el Camino, estoy iniciando algunas buenas amistades que irán cuajando en los días posteriores, aunque ahora no lo sepa. Después de media hora de descanso me pongo en marcha para atacar los 4 Km de subida hasta el col de Lepoeder. El tiempo ha cambiado y se ha nublado pero aguanta y no llueve, el viento es fresco pero no frío.
Con la entrada en Navarra convenientemente inmortalizada me adentro en un robledal que me hace entender ciertos “desvaríos” druídicos. A la salida me enfrento con el primer repecho del último col. Nada más verla, mis tobillos empiezan a quejarse al saber lo que les espera. Pero no hay opción de marcha atrás por lo que aplico mi lema: Un pié después de otro y en poco más de hora y media puedo contemplar la colegiata desde el col de Lepoeder.
Para el descenso opto por la ruta de Ibañeta y a pesar de que dicen que es la más suave, mis rodillas y mis uñas (de los pies) se han quejado un montón. Al llegar a la iglesia modernista me tomo una pausa de pies para afrontar, en condiciones, el último kilómetro y medio. Prosigo hacia el final de etapa por un sendero que, cruzando un hermoso bosque, me hace llegar a la colegiata por detrás del albergue juvenil. Son las dos cuando suelto la mochila en la posada y me premio con una cervecita fresca.
Con el grupo reunido, reservamos la cena y nos vamos a la oficina de acogida a esperar la apertura para conseguir cama. Cuando abren a las cuatro, no hay más de 40 personas, aunque al final, con el bus de Artieda, acabará lleno. A las 5, cuando íbamos a pasear ha caído un chaparrón de órdago durante media hora, por lo que no ha habido paseo ni ropa que se seque. Cambiamos el paseo por una buena siesta y el tendedero por la secadora.
Poco antes de las siete nos vamos a la cena, sencilla pero nutritiva. La charla ha sido distendida, aunque mi francés no es tan bueno como para entenderlo todo. Acabada la cena, nos hemos ido en procesión a la misa del peregrino. Y ahí ha saltado el primer momento Camino de este año. Yo, que soy un aconfesional irreductible, me he visto totalmente inmerso en la celebración:
He pedido a la Señora por una buena amiga, he participado en los rezos, me he emocionado con algunos de los textos leídos, y no he comulgado porque algo muy dentro de mí me decía que no estaba, del todo, en paz con “alguien”.
He salido de la Misa muy, pero muy, tocado. Eso sí, para bien.
A la salida, más lluvia por lo que de vuelta al albergue, tiempo de escritura y a las diez a dormir. Mañana más.
12-9-2006 RONCESVALLES – ZUBIRI
El chaparrón de ayer y la predicción del tiempo me hacen temer que hoy tengamos lluvia, pero no, el día amanece con muy pocas nubes. Al decidir que quiero salir con luz de día, soy de los últimos en dejar el albergue ya que la estampida se ha iniciado a las seis y cuarto. Del grupo canadiense, las hermanas Nicole y Murielle y el matrimonio formado por David y Claire, me han pedido que les reserve plaza en el albergue Zaldiko (privado) por lo que me espera otra cena ¿etílica?.
A las siete y media salgo de Orreaga a la búsqueda de desayuno por lo que, al llegar a Burguete, tiempo de café con leche más napolitana. El día sigue casi sin nubes, pero fresquito. Pero el andar me hace sudar por lo que fuera polar y a presumir de “moreno paleta”. Salimos de Burguete bien vigilados por las vacas y en menos de una hora llegamos a Espinal ya que el camino no presenta dificultades aunque si sorpresas ... puertas que hay que abrir y cerrar (portillos). Segundo café con leche para poder atacar, en condiciones, el alto de Mezquiritz.
El sol ya está en pleno apogeo, pero el bosque proporciona una buena sombra. De tobogán en tobogán llego a Bizkarreta por los pelos ya que tres individuos, montados en sendas motos Africa Twin, casi me atropellan al final de la senda peatonal por la que el Camino llega a la aldea. Busco un bar y me tomo media hora de pausa de pies ya que no voy muy bien. He tardado tres horas y media en hacer 12 Km y desde la zona de los pies me llegan señales de auxilio.
Pero voy decidido a seguir por lo que poco antes del mediodía prosigo hacia Lintzoain, un poco “acojonado” por el alto de Erro y no me defrauda en absoluto ya que me deja sin resuello en los primeros 100 metros y hasta que no llego a Zubiri, tres horas después, no consigo respirar bien. Primero por la subida y después por la bajada, y siempre por el suelo rocoso.
Pero consigo llegar... mal, pero llego. Ducha, aseo y la ropa a la lavadora. Busco un bar pero hasta las 6 no hay nada abierto, por lo que comparto con las hermanas quebecoises un queso de oveja que he comprado en Espinal para aguantar hasta la cena. Me piden consejo acerca de las siguientes etapas y, en la medida de lo que puedo, les indico varias opciones (alojamiento, visitas, etc.) y les varío 3 etapas para que la subida a O Cebreiro les sea más asequible.
Con estos menesteres se nos hace la hora de la cena y siguiendo el consejo de la dueña del albergue, nos vamos al polideportivo los cinco: las hermanas, un servidor y el matrimonio canadiense que ha llegado a las 6 ya que ella tiene problemas en las rodillas. La recomendación ha sido un acierto y la cena ha resultado un éxito ya que por 10 euros nos hemos zampado dos platos, postre, café, vino, agua y chupitos.
A la salida nos ha tocado correr ya que un repentino chaparrón nos ha caído encima casi sin avisar y nos ha puesto perdidos de agua. Después del secado, llamada a casa, un poco de escritura y a dormir.
13-09-2006 ZUBIRI – TRINIDAD DE ARRE
Hoy toca etapa corta, pero me levanto pronto para poder despedirme de las hermanas. Se van a las siete y la despedida es corta pero intensa. Hemos intercambiado e-direcciones y espero seguir en contacto con ellas. Cuando los demás están a punto de irse, empiezo a recoger mis bártulos ya que ahora tengo más espacio y tranquilidad para hacer la mochila. Al acabar me tomo un café con leche (de máquina)
A las ocho cierro el albergue (soy el último) y, bien equipado para la lluvia, empiezo la etapa de hoy. Salgo de Zubiri cruzando el Puente de la Rabia y nada más iniciar la subida la lluvia crece en intensidad. En pocos minutos voy mojado por fuera y por dentro. Cruzo los terrenos de Magna y ya empiezo a encontrarme al que será mi amigo/enemigo de hoy: EL BARRO.
A la altura de Ezquirotz me desprendo del chubasquero ya que la lluvia es poco más que unas gotas, pero el barro sigue dificultando los tramos de tierra y los hace resbaladizos. Al llegar a Larrasoaña cometo el error de no entrar en el pueblo para desayunar ya que decido seguir hasta Akerreta con la intención de parar en el hotel, pero no está abierto por lo que me quedo sin café con leche y sin pausa adecuada porque hasta Arre no hay ni un sólo bar abierto (cosa que no sabré hasta el fin de etapa). En vista del fracaso “barero” cambio café con leche por barrita de cereales más agua y pausa de pies por contemplación de paisaje lluvioso bajo una cornisa. Ya sé que no es lo mismo pero hay que adaptarse a lo que el Camino depara.
De Akerreta a Zuriain el camino cruza bosques que sin lluvia deben ser una delicia pero que el barro transforma, al menos para mí, en una pesadilla. En Zuriain el Camino usa el arcén de la carretera N-135 durante medio kilómetro y es bastante peligroso ya que al ser una recta larga los vehículos van “a toda leche” y hoy con la lluvia dejan al caminante hecho un “ecce homo”. Cuando prosigo hacia Irotz, se vuelve a abrir el grifo celestial y la lluvia me obliga a ponerme la sauna portátil. El barro va añadiendo peso a mis botas y va acrecentando mi temor a las caídas por lo que no puedo disfrutar bien del paisaje por el que discurre la ruta (siempre al lado del río Arga). Al pasar frente la iglesia de San Pedro veo que está abierta y aprovecho para visitarla. Descubro en su interior un retablo barroco precioso.
Pasado Zabaldika cruzo la nacional y tomo una pausa en el parque recreativo ya que por delante veo que hay un buen trecho en subida y quiero afrontarlo con algo de energía. Uso la reserva de frutos secos con agua y descanso unos veinte minutos. Al ver como otros peregrinos van subiendo me “acojono” por la dificultad pero ir por la carretera no me parece aconsejable por el mucho tráfico y por la posible falta de señales. Pero ahora, después de lo que he pasado en este tramo final, creo que no habría sido mala idea ir por la nacional (a pesar del tránsito)
El caso es que opto por seguir por el Camino y, sin el chubasquero, ataco la subida. Al llegar a media ladera el camino es más llano pero es un barrizal que castiga al caminante y hace que tarde una hora en recorrer algo menos de dos kilómetros. Cuando estoy a punto de cruzar por debajo de la carretera N-121 vuelve a llover. Otra vez con el chubasquero y, conforme me acerco a la desviación de Huarte, el aguacero es de órdago y mi nivel de fuerzas es casi cero. Prosigo hacia Arre y cuando por fin cruzo el puente frente a la Trinidad de Arre voy a un paso tan lento que hasta los caracoles me adelantan. Cuando llamo a la puerta del albergue de los hermanos maristas son las tres de la tarde. He tardado 6 horas y media en hacer 15 kilómetros y me siento como si hubiera andado 30.
Por suerte la acogida del hermano Valentín hace que en 5 minutos me olvide del agotamiento y la ducha se encarga de librarme del barro. El albergue es genial: limpio, espacioso, bien equipado, con un jardín que, con buen tiempo, tiene que ser una delicia. Además los hermanos se vuelcan en atender al peregrino. Me ha extrañado no ver al matrimonio canadiense pero al cabo de un tiempo hacen acto de presencia. Han tomado el camino de Huarte y al llegar al albergue municipal y ver que no era el de Arre, han pedido un taxi y se han venido hacia aquí.
Al conectar el móvil, veo que tengo una llamada de Laura, por lo que la llamo. Estaba preocupada por mi tardanza en avisar del final de etapa. Le cuento los avatares de la jornada y ella me cuenta que hoy ha llovido muchísimo en mi ciudad (180 litros por metro cuadrado). Con las novedades presentadas y el aseo hecho, llamo a mi amigo Pepe para quedar con él y tomarnos algo. Resulta que acaban de llegar de vacaciones pero dice que lo suelta todo y que a las seis y media me vienen a ver.
Efectivamente, a esa hora nos encontramos. Viene con su mujer (Inma) y su hija. Nos vamos a Arre (andando) y nos tomamos algo mientras charlamos sobre todo lo que nos ha pasado en el tiempo que hace que no nos vemos (más de 9 años). Me preguntan por mis etapas y al contarles que el sábado llego a Lorca, me dicen que ese día no voy a dormir. Resulta que es el pueblo natal de Inma y este “finde” van a estar allí por lo que me espera un tiempo de “fiesta”. Nos despedimos hasta el sábado y me voy en busca de un lugar para cenar.
En Villava no encuentro nada que me apetezca ya que los bares tienen mucho humo y no he visto ningún restaurante (salvo dos asadores cerrados) por lo que después de una hora de andar vuelvo a Arre (donde las copas) y al llegar me dicen que hoy no abren el comedor, pero puedo tapear. Dicho y hecho, me meto entre pecho y espalda una ración de bacalao al ajoarriero, dos chorizos a la “pipirrana” y una tortilla de atún, dos cervecitas y un café. Un regalo exquisito por 10 euros.
Llego al albergue a las nueve y me siento a charlar con mis compañeros de Canadá hasta que dan las diez. Me acuesto y antes de cinco minutos ya estoy en brazos de Morfeo.
14-9-2006 TRINIDAD DE ARRE – CIZUR MENOR
No sé si por el cansancio, por la fatiga muscular por el barro, por el silencio del albergue o por qué, pero lo cierto es que no me levanto hasta las ocho. Como no tengo prisa porque hoy quiero hacer sólo 10 kilómetros dejo que los demás hagan el equipaje mientras yo ronroneo en la cama.
A las ocho y media y con el campo despejado empiezo a recoger los bártulos y con calma me tomo un café con leche de máquina. Total, que salgo de la Trinidad de Arre a las 9 y cuarto (vuelvo a ser el último) bien provisto de chubasquero porque llueve, aunque poco, y tomo la calle Mayor (en obras) hacia Villava. Sin solución de continuidad entro en Burlada, la cruzo casi sin darme cuenta y ya tengo a la vista Pamplona.
Cruzo el río Arga por el puente de la Magdalena y cuando llego al Portal de Francia puedo despojarme del chubasquero por lo que entro en el casco viejo de Iruña un poco más cómodo. Me acerco a la catedral para re-visitarla pero está cerrada por lo que vuelvo al Camino, siguiendo las flechas. Pasado el parque de la Ciudadela me paro en un bar para hacer una pausa y tomarme un par de cafés con leche.
Retomo la ruta, salgo de Pamplona por los terrenos de la Universidad de Navarra y, casi sin darme cuenta, llego a Cizur Txiquia. Entro en casa de Maribel a las doce y media, justo a tiempo ya que vuelve a lloviznar. Ella ya está en plena actividad: nos pide la credencial y nos dice que primero nos aposentemos y que ya haremos las formalidades más tarde. Rutina diaria más colada doble y a las dos y media me voy con David y Claire a comer al asador El Tremendo.
Menú del día generoso, abundante y barato. Mis camaradas de mesa me invitan a comer, según dicen a cambio de la “info” que les he ido facilitando y mis servicios de traductor (sic). A la salida hemos podido ver lo que nos espera mañana: el Alto del Perdón con sus molinos de viento.
Mientras ellos se van a pasear, yo vuelvo al albergue para escribir pero me pongo a hablar con Maribel y se me pasa el tiempo volando. Esta mujer es un pozo de sabiduría y nos lo demuestra con sus acciones entre las que destaca la curación de ampollas. Después de haber remendado varios pies maltrechos, le ha pedido a una peregrina italiana que le trajera las botas para solucionar la causa de las ampollas que la chica llevaba y las ha reparado ya que tenían las costuras traseras un poco sobresalientes y le iban rozando (que poca atención prestamos a algo tan importante como el calzado)
Siguiendo con la clase magistral, nos ha enseñado a “tunear” las botas con compresas en las plantillas para evitar las ampollas en las plantas de los pies (ya os contaré) mientras, desde el porche del jardín, vemos como la lluvia sigue haciendo acto de presencia de forma intermitente por lo que no sabemos que tiempo nos deparará la jornada próxima.
A las ocho me voy con Claire y David a tapear, en plan cena ligera, otra vez al asador. Hacemos caso a Maribel y nos ventilamos dos raciones de chorizo a la sidra y una de queso, regadas con un par de cañas por cabeza. Hemos hablado mucho y de todo: Camino, vida, familia, economía, política, etc. Como ocurre siempre en estos casos hemos llegado a la conclusión de que viviríamos mejor sin políticos (o al menos sin algunos). David y Claire son profesores jubilados y él es un entusiasta de la historia por lo que me pregunta sobra la historia respecto al Camino y le respondo en la medida de lo que sé. Como corresponde a un buen aficionado nunca tiene bastante con las respuestas y quiere más y más. Por otro lado la charla sirve para saber que los dos países a los que pertenecemos, le tienen el mismo “cariño” al amigo yanqui (sin comentarios)
Con todo esto se nos hacen las nueve y media y nos vamos a dormir. A las diez ya no me entero del ruido que hacen los que aún no se acuestan.
15-9-2006 CIZUR MENOR – OBANOS
Lo confieso ... soy un adicto. Ya está, lo he hecho: después de un año, tres meses y veinte días, he vuelto al vicio, a la adicción y/o a la dependencia del ibuprofeno (luego lo detallo)
A las siete me despierto con los primeros movimientos de la tropa y cuando son las siete y media (hora prevista por mí, ayer, para empezar) salgo de Casa Roncal sin chubasquero, pero llevándolo a mano por si las previsiones meteorológicas se cumplen. Curiosamente, y a pesar de la hora tardía, soy el primero en salir y cuando empiezo a andar solo me acompaña Doña Sole. El cielo está encapotado pero, de momento, no llueve.
Salgo de Cizur Txiquia y me cruzo con los que, en coche, van a trabajar desde Cizur Nagusia. Al fondo, y como llamándome, se divisa la hilera de molinos que custodian el Alto del Perdón. Poco a poco el camino va tomando elevación rodeado de campos en barbecho primero y después cruzando un pequeño bosque antes de llegar a las ruinas de Guendulaín. La subida es continua y sólo se medio interrumpe al llegar a Zariquiegui, a donde llego bastante bien de fuerzas. Pero no hay bar y sólo he tomado un café con leche de máquina, por lo que recurro a la tan socorrida barrita energética que me tomo en una zona de descanso que hay a la salida del pueblo.
Con la confianza de haber hecho lo necesario para superar el alto muy bien, retomo la marcha tranquilo, pero enseguida se va todo a la porra. Vuelvo a encontrar barro: mucho, muy pegajoso y muy resbaladizo por lo que el escaso kilómetro y medio de subida se vuelve un calvario que ni la fuente de le Reniega logra aliviar. Finalmente, poco antes de las diez, llego al alto. Tiempo de fotos y de recuperar fuerzas para el descenso, que promete ser duro.
Y a fe que lo es. Aún no llevo andado (es un decir) 100 metros y desde la zona de los tobillos llega un clamor (más bien un “quejío”) que me preocupa mucho. Como puedo, y tratando de evitar caídas, llego a Uterga y en un albergue/bar/restaurante me paro a: bocadillo, bebida y pastilla. Vuelvo a usar a mi viejo amigo ibuprofeno y así puedo seguir la etapa. Hasta el momento la lluvia ha hecho acto de presencia en dos ocasiones, pero en forma de un pequeño chirimiri que no obliga al uso del chubasquero. Después de una pausa de media hora, prosigo hacia Muruzábal a la que llego en un “pis-pas” (es cosa del dopaje) y allí me desvío hacia Eunate. Nada más salir del pueblo ya se puede ver el objeto de mi desvío.
En media hora llego a Santa María de Eunate y la puedo visitar (está abierta). Me tomo mi tiempo para contemplar esta pequeña gran maravilla y después, mientras descanso, charlo con varios peregrinos que han hecho lo mismo que yo y se han desviado del Camino Francés para admirar esta pequeña joya. Poco antes de las dos, dejo Santa María de Eunate y, por el Camino Aragonés, me dirijo hacia Obanos, final de mi etapa de hoy, a donde llego en media hora. Este paseo lo he hecho bajo un sol espléndido. Esta visto que el clima en septiembre es un tiovivo, pero al menos hoy no me he mojado.
Me instalo en el albergue de Juan y me sorprende gratamente. Es amplio, las literas son sólidas, el agua de la ducha es abundante y el comedor/sala está amueblado en rústico castellano lo que le da un aire cálido y acogedor. Reservo cena en el bar EHR y, con la rutina diaria hecha, dedico la tarde a visitar la iglesia (espectacular interior), el pueblo, tomar el sol en la plaza de los Fueros, escribir, etc.
Un poco antes de las ocho me voy al bar y me pido una cerveza mientras espero para la cena. A la mesa se sienta un matrimonio de Québec con el que entablo conversación. A las ocho en punto nos toman nota y echo una mano como interprete del menú. Durante la cena charlamos en tres idiomas: ella sólo habla francés y con él hablo en inglés y español (tiene un buen nivel en la lengua de Cervantes)
Acabada la cena, vuelvo al albergue y, antes de acostarme, charlo un rato con Juan. A primera vista parece muy distante, pero no, nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que es más seco que el resto del personal, pero es un buen conversador y con una idea de la vida nada convencional. Finalmente a las diez me voy a dormir. Soy el último (de los siete alojados) en acostarse y el silencio que hay es un regalo.
16-9-2006 OBANOS – LORCA
¡¡¡Me c--o en los p---s desvíos provisionales de la p--a autovía!!! Si no lo digo, reviento. De Puente la Reina a Mañeru, de Mañeru a Cirauqui, de Cirauqui a Lorca, no han dejado un tramo de Camino sin afectar. Y con lluvia ... barro (una pesadilla). Pero volviendo al principio ...
Esta noche ha habido tal calma que el primer movimiento no ha tenido lugar hasta las siete. He remoloneado un poco y las 7,45, después de tomarme un batido de chocolate con un croissant recién hecho en la panadería de la plaza mayor, dejo Obanos en dirección a Puente La Reina. Voy bien y llego en veinte minutos. Me despisto y paso de largo dos bares y cuando me doy cuenta ya estoy delante del puente que da nombre al pueblo. Estoy a la salida de Gares por lo que cruzo sobre el río Arga, tiro “pa’lante” sin café con leche (otro día más) y me dirijo hacia Mañeru dejando a la izquierda campos sembrados de pimientos.
Nada más pasar la depuradora, me encuentro el primer letrero de desvío provisional. Al principio nada hace sospechar de lo que vendrá después, pero al cabo de 500 metros, y al salir de un recodo, descubro una senda de barro que con una inclinación mayor del 15% se enfila ladera arriba. La misma tierra rojiza que da tan buenas hortalizas se convierte en una pesadilla para el caminante en un día de lluvia. Pero no hay alternativa y a fuerza de bastones y co--nes (léase gónadas) llego a Mañeru a las diez buscando un bar pero está cerrado por lo que, bajo la lluvia, prosigo hacia Cirauqui. A estas alturas de la etapa el tobillo derecho va dando por c--o y empiezo a necesitar la dosis.
Llego a Cirauqui y, gracias a la ayuda de un lugareño, localizo un bar. Pastilla, cerveza, bocata de chistorra, café con leche y media hora de pausa que me reconcilian con la vida. Cirauqui está situada en una colina y sus calles mantienen un aspecto casi mediaval. Además está de fiesta por lo que un txistulari va rondando por la villa. Lástima que la lluvia no me permita gozar más de este pueblo. A las doce piso la calzada romana y el puente saliendo hacia Lorca donde me esperan mis amigos Pepe e Inma y su familia. Tardo una hora y media en cubrir, bajo la lluvia, los 5 kilómetros de Camino y desvíos que separan Cirauqui de Lorca. Llego a la entrada del pueblo casi sin aliento por la fuerte subida y paso por delante de la casa de los amescuanos (así se conoce en Lorca a la familia de mis amigos) pero sigo hasta el albergue privado La Bodega del Camino para dejar los bártulos y adecentarme antes de visitarlos.
A las dos ya estoy instalado y, cuando aún no he acabado la rutina diaria, ya vienen en mi busca para compartir una buena comida casera: Cocido con alubias, pastel de pescado, chorizos a la sidra y de postre queso idiazabal con membrillo casero. Todo esto lo zampamos sentados en la cocina de la casa familiar al calor de un horno de carbón y regado con un buen tinto artesanal. La verdad es que me acogen como si fuera uno más de la familia (lo siento barcinos, pero esto es mejor que un secuestro). Me sueltan un par de horas para que pueda hacer mis tareas (curas, literatura, etc.) pero debo regresar para charlar y cenar. Luego os cuento.
En el albergue cambio la ropa de sitio ya que en la terraza se sigue mojando (ha vuelto a llover y parece que no va a parar) y la sitúo en un cuartito con radiadores para los días como hoy. Me concedo unos minutos de siesta después de las curas y vuelvo con la familia amescuana un poco más recuperado para afrontar lo que después vendrá.
Nada más llegar a la casa solariega, los encuentro en la entrada trajinando envases de vidrio llenos de pimientos y tomates en conserva. Una vez acaban las faenas de trasiego me enseñan la casa familiar: dos bodegas excavadas, un granero enorme y tres salas multiusos en la planta baja. En el primer piso la cocina, el cuarto de baño, cuatro dormitorios y un comedor amueblados con enseres de distintas épocas pero el más nuevo tiene más de 30 años (esta casa sería el paraíso para un anticuario). Arriba una enorme buhardilla donde madura el patxarán y los vinos artesanales rodeados de algún que otro embutido curtiéndose al aire serrano.
Como es costumbre entre los vascos, antes de cenar vamos a la sociedad y vuelta a empezar la ingesta etílica. Después de varias libaciones volvemos a la casa para cenar. Plato principal: pimientos del piquillo (de cosecha propia) en forma de ensalada regado con vino tinto casero. Con los pimientos he tenido suerte ya que “sólo” he pillado dos picantes (y no mucho). Acabada la comida ha empezado el festival de patxaranes con un aperitivo de licor de ciruela que hemos continuado en el local de la sociedad.
A las dos de la madrugada se han compadecido de mí y me acompañan al albergue para que pueda echar una siesta. Me despido de ellos y les agradezco la cálida acogida ya que me he sentido mejor que en casa. Como puedo, me acuesto intentando no despertar a los compañeros de cuarto y esperando que el mundo deje de moverse.
17-9-2006 LORCA – VILLAMAYOR DE MONJARDIN
El silencio que hay (somos cinco) y el exceso etílico hacen que no me despierte hasta las ocho menos cuarto. Desayuno, muy bien por cierto, recojo los bártulos y a las ocho y media me pongo en marcha saliendo de Lorca hacia Villatuerta. El cielo promete lluvia por lo que dejo el chubasquero a mano.
Nada más salir de Lorca, ya se divisa Montejurra en el horizonte y así, bajo su constante vigilancia, el peregrino se va acercando a su falda a través de sendas y tronchas entre campos de pasto y viñas. Llego a Villatuerta por carretera y tengo la impresión de haber dejado de ver alguna señal, pero no es así porque enseguida veo un par de flechas amarillas que me guían hacia la iglesia de la Asunción y en pocos minutos cruzo el pueblo.
Como he desayunado mucho y bien en el albergue decido no parar hasta Estella. Salgo de Villatuerta siempre bajo la vigilancia de Montejurra y del Castillo de Monjardín (en segundo término). Paso cerca de la ermita de San Miguel y cruzando el río Ega llego a Estella por un acceso no muy bonito y sobre todo nada aromático.
La entrada a Lizarra no puede ser más espectacular con la Iglesia de San Miguel y su puerta norte, el Convento de Santo Domingo y la Iglesia de San Pedro de la Rua que jalonan el acceso al centro histórico de la villa. A las once, y antes de salir de Estella, me tomo una pausa de bocata. Media hora después retomo el camino hacia Irache. Llego a la fuente del vino y no mana (no sé si se ha acabado o es que no quieren poner) pero el caso es que no hay y uno de los hitos de este año queda sin ser cumplido (otro año será)
De todas formas aprovecho la tecnología moderna y llamo a casa para que puedan verme por la web-cam y esto sí que es factible por lo que, una vez dadas las novedades, reanudo el andar pasando por delante del Monasterio y dejando su visita para otra ocasión.
Después de la urbanización pija y del super-mega-guay camping/ciudad de vacaciones, el Camino cruza un bosque de robles bajos que proporciona una sombra agradecida. Con el Castillo de Monjardin cada vez más cerca, llego a Azqueta casi sin resuello ya que el Camino llega al pueblo de Pablito con una subida de aúpa.
Son las 2 y ataco el tramo final de la etapa de hoy, que como no podía ser menos, es una fuerte subida en medio de viñedos que al acabar me deja frente al aljibe medieval llamado Fuente del Moro. Foto de rigor y, sin más demora, entro en Villamayor y me quedo en el albergue parroquial. Me reciben Birgit y Josi (alemanes en funciones de hospitaleros voluntarios) me explican que existe el otro albergue (que ellos califican, de forma benévola, como de “más comercial”) y al decirles que quiero quedarme aquí, me explican las normas.
Cojo colchón, me ducho, hago la colada y la tiendo. Al preguntar por dónde comer me indican que vaya al bar del pueblo, pero cuando me dirijo hacia allí, un compañero de albergue me dice que no vaya, que acaban de cerrar y que hasta las seis no abrirá. Visto lo visto, me cojo el paquete de cacahuetes (para emergencias) y me dispongo a comerlos con una coca-cola. Los hospitaleros me invitan a sentarme con ellos y él, al ver que abro los maníes, me dice que qué hago. Le cuento que voy a hacer tiempo hasta la cena (a la que ya me he apuntado porque hay que reservarla) y él me responde que eso (los cacahuetes) no es comida. Acto seguido me ofrece un poco de la ensalada de cebolla y atún que ellos están comiendo y me dice que lo acompañe con pan. Acepto la oferta y os aseguro que, a pesar de la sencillez del plato, me sienta como una de las mejores comidas que se puedan hacer.
Acabado el ágape intento escribir un poco pero entre las moscas “cojoneras” y el cansancio opto por una siesta. No ha sido muy larga ni muy buena pero ha sido efectiva. Cuando me levanto debo ir a buscar la ropa ya que se pone a llover. Total, ropa mojada a la mochila.
Al dar las siete, nos vamos a cenar los que nos hemos apuntado. Para llegar al bar tenemos que cruzar la plaza mayor llena de gente en plena fiesta. Entramos y al final se han apuntado dos más por lo que la cena es una pequeña ONU: un canadiense, un italiano, dos alemanes, dos japoneses, un madrileño, un gallego y un servidor. Nueve peregrinos alrededor de un muy buen yantar (bendita Beatriz). Para daros envidia os lo cuento: dos bandejas enormes de mejillones en salsa de tomate, tres platos de tacos de jamón, un plato de queso, una bandeja de calamares a la romana, dos fuentes de ternera guisada con verduras, tres botellas de vino tinto y un melocotón por persona. Todo ello por 9 euros cada uno. Un regalo.
A las nueve y con esa cena entre pecho y espalda sólo soy capaz de volver al albergue y acostarme. Pero el día aún no ha acabado ... Estábamos hablando Xavi (gallego) y yo cuando han venido los hospitaleros y han organizado una ceremonia de meditación trilingüe (inglés, español y alemán). Ha sido un “momento Camino” que, por lo inesperado, ha sido genial.
En el campanario suenan las diez y con el alma serena me entrego a los brazos de Morfeo.
18-9-2006 VILLAMAYOR DE MONJARDIN – TORRES DEL RÍO
Dormir en un albergue parroquial tiene sus ventajas y sus inconvenientes. A estos últimos pertenece lo de levantarse. A las seis de la mañana: luces, ruido y música. Pues a madrugar tocan. Desayuno generoso brindado por los hospitaleros a base de café, leche, té, pan, mantequilla, mermelada, fruta, muesli, croissants pequeños y magdalenas (creo que no me dejo nada). Por mucho que remoloneo a las siete ya estoy listo para empezar la jornada. Aporto mi donativo y me despido de Birgit y Josi dándoles las gracias por la acogida.
Empiezo a andar por las calles de Villamayor y aún es noche cerrada. De todas formas en veinte minutos ya puedo ir sin necesidad de usar linterna. El camino hacia Los Arcos es un anticipo de la meseta, con campos en barbecho, cultivados, viñas y poco árbol. Además el perfil es plano y sin casi dificultades por lo que llego a Los Arcos en poco más de dos horas.
Cuando estoy casi saliendo de la villa no he visto ningún bar por lo que les pregunto a dos señoras y me indican dónde hay uno abierto. Pequeña desviación para reponer fuerzas y vuelvo al Camino para salir de Los Arcos pasando por delante del cementerio y la famosa frase en el dintel de la puerta: “Yo que fui lo que tu eres. Tu serás lo que yo soi”
La presencia del vino es cada vez mayor ya que casi todo el campo que vemos después de la ermita de San Lázaro está ocupado por viñedos. Pasada la central eléctrica el paisaje llano permite ver Sansol en la lejanía. Hoy he guardado el chubasquero y el sol está cubierto por las nubes, por lo que el clima es ideal para andar, nuboso con un suave viento que mantiene una temperatura agradable.
Un kilómetro antes de llegar a Sansol tengo que parar para dejar que mis pies se ventilen. Me siento en un otero y contemplo todo lo que el amplio horizonte me permite ver: Hectáreas de viñedos, pequeños pueblos diseminados, la Sierra de Codes en la lejanía y las sombras que las nubes van proyectando, todo ello con la banda sonora de la brisa y un par de chicharras.
Con el ánimo más repuesto que el cuerpo, ataco el tramo que falta hasta Sansol, lo atravieso rápidamente y ya puedo ver Torres del Río al otro lado del barranco. Bajada y subida para entrar en Torres. Sigo subiendo hacia la parte alta donde está Casa Mari y paso por delante de la Iglesia del Santo Sepulcro, espectacular con su planta octogonal (la visitaré más tarde)
Poco después de la una llego al albergue y procedo a instalarme y a la rutina de aseo y lavado. Luce un sol espléndido y el patio da a un paisaje abierto lo que facilita que el aire circule por el mismo por lo que aprovecho para secar la ropa que ayer no pude. Llamo a casa, doy novedades, me tomo un sándwich y a la siesta.
Con el cuerpo recompuesto llega un tiempo de escritura y de charla con Mari y su marido. Bajo a comprar algo para la cena y a visitar la Iglesia (casi gemela de la de Eunate). Allí entablo charla con la señora Carmen, que custodia y vigila el templo, durante un buen rato. Cuando va a cerrar me vuelvo al albergue a recoger la ropa y preparar la cena. Gregorio (el marido de Mari) nos dice que podemos hacer uso de los tomates y cebollas que hay en la nevera por lo que hago una buena ensalada y la dejo en la nevera.
Con la ropa recogida y guardada bajo a cenar con una pareja de Barcelona (Jordi y Lali). Compartimos mesa, ensalada y otras viandas y lo aderezamos con una buena conversación. Después de lavar los cacharros tomamos un café en el patio y a las diez nos vamos a dormir ya que la etapa de mañana va a ser dura por el trazado y por el día de sol que está anunciado.
19-9-2006 TORRES DEL RIO – LOGROÑO
Si tuviera que definir esta etapa con una palabra esta sería barrancos. De Torres del Río a Viana es un subir y bajar constante de barranco en barranco. De todas formas el Valdecornava (erróneamente llamado Mataburros por muchos), que era el que más me preocupaba por todo lo que había leído sobre él, está arreglado de tal modo que es una pista fácil en lugar de un descenso imposible y te hace llegar al río Cornava casi como si fuera un paseo.
Pero vamos a la cronología. Me levanto a las siete y empiezo el día con un buen desayuno: melón muy dulce gentileza de Gregorio, café con leche y bollería de máquina. Salgo al patio y el cielo está tachonado de estrellas. El día despunta con una aurora de brillante crescendo y promete ser caluroso (y a fe que lo cumplirá). Con el depósito lleno y las cosas recogidas, me despido de Mari y empiezo la etapa de hoy como no podía ser de otro modo: una subida que me deja frente al primer barranco del día.
Entre viñedos, los barrancos se suceden y en la ermita de la Virgen del Poyo ya vislumbro los montes más allá de Logroño. Ando a la espera de encontrarme el terrible descenso del Valdecornava, pero cuando llego veo que lo han convertido en una muy buena pista (fuerte, pero asequible). Después de la subida, más allá del río Cornava, ya contemplo Viana y Logroño.
Llego a Viana por el arcén de N-111 y a la búsqueda de una farmacia ya que necesito cambiar de anti-inflamatorio (Calmatel por Voltarén). En la Plaza del Coso hay uno instalado ya que están de fiestas. Al pasar por la iglesia de Santa Maria La Real veo una botica y entro a reponer la farmacopea. Con la compra hecha voy a la busca de un bar. Tiempo de pausa, re-alimentación y curas.
A las once salgo de Viana, por el Portal de San Felices, en dirección a Logroño. Una pareja de caballistas franceses me adelantan en la bajada que sigue al Portal. Van a pié para que sus monturas no resbalen en el cemento de las calles de la villa pero al ir sin carga pronto me dejan atrás y cuando cruzo por debajo de la nacional y enfilo el Camino ya están muy por delante de mí.
Los alrededores de la ermita de la Virgen de las Cuevas están bien provistos de árboles frondosos que proporcionan una buena sombra. Sabiendo que en el tramo siguiente la sombra es más bien escasa me regalo una pausa de pies.
Es mediodía cuando prosigo hacia Logroño. La hora no puede ser más canicular y la falta de sombras hace que mi entrada en la Rioja sea terrible. El asfalto rojo hace subir la temperatura de mis pies “chorrocientos” grados y cuando, al salir de una curva, contemplo el puente blanco sobre el río Ebro me paro para ponerme las sandalias y dar un respiro a mis “pinreles”.
En la bajada me encuentro la casa de Felisa. Su hija sigue de guardia, no da higos ni agua pero si da amor (eso sí, a su manera). Ahí me tomo mi tiempo para sellar, charlar y ver como muchos pasan sin detenerse alegando tener prisa. Ver para creer ... stress en el Camino de Santiago. Cuando decido reanudar la marcha me vuelvo a poner las botas ya que las sandalias no son adecuadas para andar cargado.
De casa de Felisa bajo hacia el Ebro, cruzo el Puente de Piedra y llego al albergue poco antes de las dos. Rutina diaria y a buscar dónde comer. Los hospitaleros me recomiendan el bar Moderno y allí que voy. Esta semana son las fiestas de San Mateo y el bar está a reventar de gente vestida de blanco y rojo. Me sientan con otro peregrino y compartimos mesa y charla. A la vuelta al albergue es tiempo de escritura y siesta.
El sábado vuelvo para casa y ya que estoy en Logroño me voy a comprar el billete de vuelta, previa visita al tablero de parchis, la fuente del peregrino y la iglesia de Santiago. No sé si por las fiestas o porqué, pero no hay taxis por lo que me pego una caminata de 3 kilómetros hasta la estación de Renfe. A la vuelta tomo un autobús que me ahorrará un par de kms. Recojo la colada mojada (ya se secará) y me acerco a la calle Laurel para tapear en la otramente conocida por el nombre de La Senda de los Elefantes (porque todo el que entra en ella sale trompa)
Al pasar por la calle Portales, parece que todo Logroño está ahí de fiesta. Como puedo cruzo la muchedumbre y llego a Laurel antes de que ser llene. Después de dar una vuelta, me decido por una tasca de la Travesía de Laurel. Degusto varias tapas con un vaso de buen rioja. A la salida empiezan a llegar las comparsas y me quedo asombrado de la marcha que llevan. El ambiente es increíble pero tengo que llegar al albergue antes del cierre por lo que vuelvo a la Rúa Vieja y a las diez ya estoy acostado.
20-9-2006 LOGROÑO – VENTOSA
Dormir, lo que se dice dormir ... pues va a ser que no. La litera se movía sólo con el pensamiento, el calor era mucho y por la ventana no ha parado de oírse gritos de los fiesteros. Pero esto es lo que hay. A las seis alguien ha abierto las luces. He esperado a que se despejara el espacio y cuando dos de los cuatro ocupantes del cubículo se han ido he bajado de mis alturas para liar el petate.
Poco después de las siete y aún en plena luminosidad nocturna salgo hacia la cafetería Mónaco, situada en la ruta que el Camino sigue en la capital riojana, en busca del ansiado café con leche. Con el ansia de cafeína satisfecha cruzo por encima de la línea de ferrocarril, al final de la Calle Marqués de Murrieta, cuando son las ocho. Prosigo la larga salida de Logroño por la Avenida de Burgos y tuerzo hacia el Parque de San Miguel. Ahí me adelanta un grupo de excursionistas de Zaragoza, bien uniformados con sus pañuelos, gorritos y mochilitas iguales, haciendo “su” camino de Santiago.
Llego a la entrada del Parque de La Grajera a las ocho y media. Voy a mi ritmo y me adelanta “to’quisqui” pero me da igual ya que no tengo ninguna prisa. En la fuente que hay más allá del embalse me encuentro con la “oficina” de Marcelino. Me paro a sellar y, junto a otros caminantes, montamos una tertulia muy interesante. Nino es todo un personaje y un pozo de sabiduría.
Después de la pausa retomo la marcha hacia Navarrete enfilando el alto de La Grajera. A partir de allí se anda un buen trecho con el ruido del tráfico de la autovía. Navarrete ya está a la vista y mi estómago se está despertando. Cuando cruzo por encima de la A-68 el cansancio lastra mis pies pero, aunque despacio, llego al centro de la villa y me obsequio con un desayuno sano, completo y equilibrado: Bocata de revuelto de pimientos, cañita de cerveza, café con leche y donuts. Todo por 3 euros.
A la salida de Navarrete me paro a fotografiar y contemplar la portada románica del cementerio ya que no tengo prisa. Son las once (más o menos) y según Mundicamino me faltan sólo cuatro kilómetros para el final de etapa ya que quiero visitar a José Luis y Enrique en Ventosa. Pero finalmente la distancia es de 6 km y además se me hacen muy duros por ser en un falso llano y bajo un sol inclemente que hace que el tramo final se me haga eterno.
Finalmente, cuando llego a la puerta del albergue ya es la una. José Luis me recibe y casi me siento en casa. Rutina de instalación y tiempo de charla mientras espero para ir a comer con un matrimonio vienés con quien he entablado conversación durante la etapa de hoy y así les hago de traductor. José Luís me cuenta sus peripecias (darían para un libro) mientras tomamos la sombra. Que 78 años más bien llevados. Cuando sea mayor me gustaría ser así.
A las dos y media nos vamos (los vieneses y un servidor) al mesón y en un comedor con ventana al jardín disfrutamos de un buen menú por 8,50 euros. Tiempo de charla en inglés y a la vuelta al albergue de San Saturio, siesta cortita y tiempo de escritura acompañado por música clásica. A las cuatro y media hay relevo: se va José Luis y llega Enrique. Más charla y compartir experiencias con la música clásica de fondo. Me he sentido transportado 500 km más allá y he rememorado la grata sensación del Pequeño Potala en Ruitelán (gracias Carlos y Luis)
Dan las ocho en el campanario, la noche ha caído sobre Ventosa y me planteo si vuelvo al mesón para cenar. Pero Enrique me invita a tomar unos vinos al bar y allá que me voy. Cuando llego al bar también está José Luis y, claro, montamos una buena. Enrique tiene que irse a una cena en Logroño y cuando mi otro contertuliano se va a su casa, yo me quedo cenando. Eso sí, antes de irse, José Luis me cita para desayunar mañana, a las diez, en Nájera. No me deja opción y quedo con el que nos veremos en la bodega La Judería.
Me pido una cena ligera: ensalada, bacalao con gambas a la crema, postre y a las diez ya estoy de vuelta y en la cama.
21-9-2006 VENTOSA – AZOFRA
La calma y el silencio que imperan en Ventosa hacen que duerma hasta que a las siete Enrique viene a despertar al personal. Sin prisas hago el equipaje, me tomo una barrita energética y a las siete y media, con las primeras luces del día, salgo de Ventosa para acudir a mi cita en Nájera (a la que se ha añadido Enrique)
La ruta de Ventosa se une al Camino un kilómetro antes de la cima del Alto de San Antón lo que me permite contemplar las pequeñas esculturas que, con cantos rodados, han ido creando los peregrinos en los márgenes del ascenso al Alto. Dicen las guías que desde el Alto se puede ver Nájera, pero lo cierto es que se ven cuatro núcleos urbanos y no sé cuál de ellos es el punto de avituallamiento siguiente (léase lugar para un buen desayuno)
Al final del descenso se cruza la N-120. Es un cruce muy peligroso porque el tráfico es denso y los vehículos no reducen la velocidad, a pesar de las señales de advertencia que tienen. Con los niveles de adrenalina más altos por el riesgo de la travesía de la nacional, el Camino continúa descendiendo entre viñedos. A estas alturas del día, mis tobillos están gritando de dolor ya que el firme del camino está compuesto por miríadas de piedras lo que castiga mi punto débil.
Prosigo con el acercamiento a Nájera y a la altura de la gravera la velocidad de mi marcha está por debajo de los 3 km/hora. Al llegar al Rincón del Poeta me paro a contemplar la poesía que, no por menos conocida, me cautiva y embelesa al poder leerla in situ. Cuando piso las calles de Nájera me sorprende ver a cantidad de chicos y chicas jóvenes, vestidos con indumentaria militar y/o de camuflaje, bebiendo, tirando cohetes y pidiendo “pasta” a todo el personal. Más tarde me enteraré de que he podido contemplar la continuación de la tradición de los quintos. Ya no existe el servicio militar obligatorio, pero la costumbre de pedir para afrontar el dispendio del tiempo fuera de casa aún perdura.
Para llegar a mi cita debo atravesar la villa, ya que la bodega está cerca del Monasterio de Santa María La Real. Cruzo el río Najerilla por el puente de San Juan de Ortega en el que no puedo evitar pararme a contemplar una espectacular vista del río rodeando la base del cerro que cobija y vigila la ciudad. Para no dar vueltas y evitar perderme, pregunto a un vecino por el bodegón La Judería y me indica como llegar. A las diez en punto entro en el bar y me reúno con los dos de Ventosa. Bocadillo reparador, charla enriquecedora, ambiente jacobeo, en definitiva una hora deliciosa. Cuando ha llegado el momento de irme, no he conseguido que me dejaran pagar nada, por lo que dándoles las gracias por todo lo que me han dado y hecho sentir, me despido para seguir mi camino.
La salida de Nájera es, como no, con una subida de aúpa para superar el cerro que resguarda la villa y que da lugar al valle del Najerilla. Una vez superado el obstáculo orográfico, el camino sigue entre viñedos, ora en forma de camino pedregoso, ora en forma de carreteritas que con pequeños toboganes llevan al caminante hasta la villa de Azofra. Cruzo el pueblo y llego al hotel dos estrellas (o sea el albergue municipal) a falta de media hora para que abran, por lo que me voy a tomar una cervecita para hacer tiempo.
A la una me inscribo, me instalo y una vez aseado, paso de lavar (tengo suficiente ropa limpia para acabar ya que pasado mañana estaré de vuelta en casa) y me voy a comer al bar Sevilla siguiendo la recomendación del amigo Mario Calvo. Bien, pero sin nota. Para la cena probaré la otra opción (bar El Peregrino). Después de la comida, y como no estoy cansado porque la etapa ha sido corta, doy un paseo por el pueblo, subo hasta la iglesia y veo que el refugio parroquial que tanto tiempo lleva funcionando al cuidado de María Tobía aún está operativo. Vuelvo al albergue y me tomo una siesta de media horita.
Con el cuerpo repuesto, toca tiempo de escritura mientras veo llover (desde el mediodía el cielo estaba encapotado y el viento ha estado soplando cual pregonero de la lluvia). Sentado en la gran sala del albergue, no puedo evitar oír las conversaciones del personal. Todas ellas giran alrededor del Camino y, en especial, sobre las etapas venideras y esto me hace recordar que mi ruta de este año está a punto de concluir, pero aún me quedan muchas horas para disfrutar y voy a hacerlo hasta la última.
Llega la hora de la cena y me dirijo al bar El Peregrino para probar la otra opción de restauración en Azofra. Me siento en la mesa con un peregrino francés que habla muy bien el español (a estas alturas agradezco el no-esfuerzo lingüístico). Se llama Bernard, es un parisino hijo de irlandés y española, tiene 65 años y ha empezado el camino de este año (ha hecho otros) en Tortosa (vaya webs)
La cena resulta un éxito: Buena comida, buen servicio, genial entorno, excelente conversación y una sobremesa agradable. A la hora de volver está lloviendo otra vez. Un poco de charla con la hospitalera, pero el calor que hace en la sala me impide quedarme y dado que fuera llueve ... pues a dormir. Mañana será mi último día de andar y, aunque será una etapa corta (15 km), estoy mejor echado en la cama, dejando que la espalda y los pies reposen.
22-9-2006 AZOFRA – SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
Ha sido una noche extraña. He dormido a ratos ya que mi vecino de cuarto (un jubilado alemán que sólo habla la lengua de Goethe) se ha pasado toda la noche hablando y gritando en sueños. Cuando se ha ido (6 de la mañana) he podido finalmente conciliar el sueño más de una hora seguida. Me levanto de la siesta, recojo los bártulos y me voy a desayunar al mismo sitio donde cené anoche. A las ocho y después de dos cafés con leche, dos magdalenas, dos ibuprofenos y un buen rato de charla con la dueña de El Peregrino, dejo Azofra con las primeras luces del alba.
El día despierta con pocas nubes y ligeramente fresco. Llego a la Picota de Azofra en un pis-pas, foto de rigor y, como no, toca subir y subir y bajar y bajar rodeado de viñedos. Poco a poco las viñas dejan paso a otros cultivos hasta que se llega al campo de golf y a esa monstruosidad de urbanización plantada en el trazado del Camino.
Allí se le plantea al caminante la disyuntiva: Cirueña o Ciriñuela. Este año no voy fino de instinto: opto por Cirueña y el bar está cerrado por vacaciones, por lo que me quedo sin pausa y sin bocata. Sigo “pa’lante” y toca afrontar tres toboganes grandes. Al final del tercero diviso la ciudad del santo ingeniero de puentes y caminos y, aunque la distancia es corta, mis pies ya no responden tan bien como al principio del día, por lo que llego a la ciudad con las once ya tocadas.
Como puedo, llego a la Casa de la Cofradía del Santo, me inscribo (soy el tercero) y con el aseo hecho, me voy a dar un garbeo por el centro histórico. Compruebo los horarios de autobús para mañana y finalmente me voy a comer, siguiendo el consejo del hospitalero, al restaurante Hidalgo (muy bien). Al acabar, y dado que no sirven cafés, me voy a cafetear a la Plaza de España y vuelvo al albergue para sestear un poco.
A pesar del vecino (gran roncador) he podido dormitar un rato. Siguiendo con el rol de “turigrino” ha sido el momento de visitar la Catedral y el Museo Catedralicio situado en el claustro. La colección de pinturas, tallas, esculturas, frisos, columnas, etc. es interesante pero extensa y el andar me fatiga por lo que vuelvo al albergue para descansar y poner al día las notas.
Conforme pasan las horas, la afluencia de peregrinos fluctúa por lo que tengo tiempo de charlar con el hospitalero, un castizo madrileño metido en labores voluntarias. Su gran humanidad (léase tamaño) impone, su voz y sus gestos pueden amedrentar (y de hecho, lo hace) pero por debajo de ese traje se descubre, a poco que se indague, una gran persona con varios caminos a sus espaldas y con un bagaje “caminil” enorme. La tarde vuela sin darme cuenta con la amena charla y nos damos una pausa para que cada uno pueda dedicarse a sus temas.
Tiempo para el “turigrino”: compras varias y cena al aire libre en un bar cercano al albergue. Ya de vuelta a la Casa del Santo, retomo la conversación con el hospitalero y la gente que le acompaña, a saber: La Priora y dos cofrades. Después de intercambiar experiencias y opiniones sobre el Camino y el género humano, me despido de ellos para ir a dormir. Mañana vuelvo a casa.
23-9-2006 SANTO DOMINGO DE LA CALZADA – HARO – BCN – SABADELL
Para ser la última, vaya nochecita. Mi vecino de cama ha ofrecido, junto a otros dos roncadores y gratis, un concierto nocturno a capella de tal magnitud que, incluso con los tapones, ha sido difícil dormir más de una hora seguida, por lo que hoy más que dormir, he hecho unas siestas. Pero esto es el camino y así lo acepto.
A las cinco y media han empezado los primeros movimientos del personal y eso que hasta las siete es noche cerrada. Cuando el espacio se ha despejado, me levanto y voy a afeitarme. La barba que ha crecido en estas dos semanas no tiene permiso para ir a casa por lo que deberá quedarse aquí. Después del “barbicidio”, recojo mis enseres y salgo del albergue cuando son las siete y media.
Hasta coger el autobús que me llevará a Haro, tengo hora y media de tiempo por delante, por lo que voy a la búsqueda de un buen desayuno. Tras varias vueltas por la zona, descubro una pasteleria-granja abierta (muy cerca del parador) y me tomo un café con leche, dos ahorcaditos (dulce típico de la ciudad) y todo ello acompañado, como no, por un ratito de charla con la camarera.
Con puntualidad suiza, el autobús de Haro llega a las 9,15 y me subo para iniciar el regreso a casa. Llego a la capital del rioja en media hora y al preguntarle al chofer cómo ir a la estación de tren, me indica que está un poco lejos y se ofrece a dejarme más cerca ya que el autobús continúa hasta Vitoria. Acepto la oferta y cuando bajo del bus he comprobado que la distancia entre estaciones es de más de tres kilómetros.
Llego a la estación de tren y está desierta. No hay bar, no hay consigna, no hay nadie. Quiero visitar Haro, pero con la mochila a cuestas va a ser que no. El centro urbano está en lo alto de una colina y a una distancia que no haría razonable el ir y volver con la carga. En estas disquisiciones estaba yo, cuando llega un coche del que baja un señor y se dirige a la estación. Le pregunto si es el jefe y me responde afirmativamente. Le planteo mis cuitas y él me pregunta si soy EL pasajero del Talgo (parece ser que soy la única persona que subirá al tren) . Se lo confirmo enseñándole el billete y me permite dejar la mochila en un almacén.
Ya libre de peso, me dirijo a visitar Haro. Salgo del Barrio de la Estación bordeando el Barrio de las Bodegas para cruzar el río Tirón e iniciar el ascenso de la calle Navarra. Cruzo la Plaza de la Paz y prosigo hacia la Iglesia de Santo Tomás, situada en lo alto de una colina, y de allí al mirador sobre el Ebro desde el que puedo contemplar una espectacular vista.
Desciendo por la escalinata situada al oeste de la Iglesia (cerrada por supuesto) y me dirijo al centro histórico para callejear y contemplar los edificios más significativos de la ciudad. Antes de volver a la estación me tomo una pausa con desayuno y, como no, con charla.
Con el depósito lleno emprendo el descenso hacia la estación. Voy ligero de peso y a paso veloz, cuando a medio camino empiezo a notar una molestia en el dedo gordo del pie derecho. Al llegar al andén, recojo la mochila y me descalzo para descubrir un principio de ampolla. Quince días andando, 240 kilómetros sin nada y en dos horas de turista me sale la única ampolla de este año. ¡¡¡Lo que no me pase a mí...!!!
A las 12, y puntualmente, llega el Talgo que me llevará de vuelta a casa. Me quedan ocho horas de viaje y aunque mi cuerpo viaja hacia Barcelona, mi mente viaja hacia el futuro. Ya estoy pensando en la meseta castellana, bajo el sol de principios de mayo del 2007 ...
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